Desobediencia Cibernética

Desde la declaración de la pandemia y las consecuentes cuarentenas declaradas por los estados se han legitimado rápidamente las medidas de control cibernético. Estas posibilidades tecnocráticas ya existían, estaban allí, esperando la oportunidad para ser puestas en marcha.

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imagen por librenauta

Ciberplanillerxs

Una reflexión colectiva sobre la recolección de datos en contexto de urgencia

A pocos días de aparecide le “paciente 0” en territorio del estado argentino, comenzó a circular por medio de organizaciones sociales la promesa de un subsidio temporal que finalmente nunca se anunció ni tampoco puso en marcha.

El viernes a las 00.00 comenzaba la cuarentena y las orgas se enteraban que iban a tener que moverse rapidísimo para completar unas planillas de subsidio a la economía popular. Los items para llenar, como es de esperar, requerían completar con datos legales muy precisos de cada persona que podía recibir el subsidio según las condiciones que este imponía.

Desde el PIP siempre promovemos (entre otras cosas) la autodefensa digital, que en ciertas prácticas adopta concretamente la forma de una defensa de la privacidad.

Y esto nos lleva a una primera reacción en tanto activistas por la autodefensa digital, porque ¿por qué hay que recolectar información totalmente sensible? ¿Por qué se estaba recolectando a través de planillas de Google? Etc.

Pero así como en su momento nos preguntamos por qué nosotres defenderíamos la privacidad como un bien común, cuando ésta suele estar tan ligada al concepto de propiedad privada (al cual no le tenemos simpatía); ahora nos preguntamos: ¿A quién queremos llegar cuando indicamos que no hay que subir datos sensibles a planillas de google o excels que circulan sin una firma oficial del gobierno? (¿Importa si era con firma oficial?)

Pero la reflexión puede bucear en la realidad y revelar que no se tratá de si le damos o no nuestro nombre y/ o los detalles mas íntimos acerca del universo de posibilidades que conforman la realidad de no habitar una vivienda digna.

El anonimato entonces aparece como una estrategia que sólo es posible desde un montón de privilegios. Así, resguardar nuestros datos de las empresas y gobiernos no es una tarea posible en su totalidad. Querer llevar a cabo una vida anónima, removida del control cibernético, requeriría un trabajo y una astucia que no nos permitiría llevar nuestra vida cotidiana… y muy probablemente, atentaría contra nuestra salud mental y nuestros medios de subsistencia. La praxis requiere de una construcción codo a codo. Su forma más inmediata es la de una política de cuidados mutuos, que pueda decidir caso por caso y cómo y por dónde se recolectan los datos, para no exponer a nadie y lograr nuestros objetivos colectivos.

Debemos agregar que todo esto estaba sucediendo sin acceso directo e individual a las planillas, a través de redes que solo tendrían la capacidad de armar las organizaciones de base y a pesar de las conexiones carísimas y desiguales que hay en los barrios.

Entonces, ¿el anonimato es un privilegio o es en verdad un privilegio poder tener acceso a ciertos recursos mediante la inscripción con nuestros datos personales? Ninguna de esas opciones nos da una respuesta satisfactoria. Lo que sucede al cargar datos en sitios que no conocemos o en sitios que conocemos demasiado bien como Google es que no sabemos cuáles serán los usos derivados de esa recolección datos. Por eso no podemos ser puristas del anonimato o del resguardo de datos sensibles en un mundo donde las grandes empresas de comunicación son quienes manejan los medios masivos de información, imponiendo sus herramientas como las hegemónicas. Intentaremos acercar información teniendo en cuenta que las estrategías para cada organización son singulares y demostrando cómo podemos construir alternativas que pueden ser mucho más cuidadosas y compañeras con nuestros objetivos.